viernes, 11 de septiembre de 2009

Desde esta orilla

I

Vadeo el río
y su insondable soledad anónima.
El dolor
tiene la humedad de la hiedra
y los escalofríos lunares
de su vegetal origen.
Brilla una estrella, sin embargo,
y percibo su cálida proximidad;
porque a pesar de tanta duda
ni una sola verdad me desvela el secreto de la muerte.
Rodeo este cuerpo al fin
que convive conmigo.
Me aferro a sus huesos
y crezco en su amoroso celo
con el que me complazco.
Lo proclamo en voz alta
desde el humilde orgullo que nos presta la vida:
Aunque en polvo revierta
sé que la tengo a ella
y llego a la otra orilla sin rémora de miedo.

II

Esta barca que arriba a la orilla
al amanecer;
esta barca de pescador absorto
que regresa del agua irrepetible
sin memoria de náufrago,
no puede ser la nave del olvido
de la vieja canción.

Y no obstante la brisa del alba,
el insomnio,
la soledad de tanta espera,
rememoran la música vivida,
las fotos del álbum del pasado
de color desvaído.
La ciudad olivarera, callada
en las calles de Úbeda
y el calor del verano y de tu cuerpo.

La certeza de tu ausencia, empero,
me libera del tiempo transcurrido,
mas no de la tristeza
que transporta esta barca despiadada
que ahora arriba a la orilla
del amanecer.



Fotografía de Alfonso C. Cobo

1 comentario:

Capitán Clostridium dijo...

Miguel, sinceramente, es uno de los poemas más bonitos que he leído en mi vida. Se lo prometo. De los suyos, el mejor, y el mejor de muchos.