viernes, 13 de agosto de 2010

Soleá




Hay veces
en que la noche cae
con todo el firmamento
sobre mi mente
y sueño.
Entonces tú,
impregnada de nocturnidad,
penetras como un arma
de dulce acero
en la densa materia
de las sombras
y sonríes
 (válgame Dios, compañerita,
y sonríes).
Mas luego el día se levanta
sobre los escombros de la memoria frágil
y descubro
-descubro horrorizado-
tu sonrisa desprovista de boca,
despoblada de labios,
sin huellas de carmín sobre la almohada.


Imagen: Tres bailarinas (Pablo Picasso)

3 comentarios:

María Jiménez Aguilar dijo...

Me recuerda a mi querido Samuel Taylor Coleridge: "Si un hombre pudiera cruzar las puertas del Paraíso en un sueño y le presentaran una flor como prenda de que su alma ha estado allí realmente, y se encontrara con que tiene la flor en la mano cuando despierta... Sí, entonces, ¿qué?"
Lo peor de todo esto es que, entre los escombros, el día no haya permitido la huella del carmín sobre la almohada.

Alberto Granados dijo...

Muy bueno, Miguel. Lo que no sé es cómo no lo he visto hasta ahora.
Inquietante esa sonrisa.
Alberto

Miguel Cobo dijo...

Los ríos de Oniria,María, como los caminos del Señor, son inescrutables; pero si las huellas de carmín no se quedaron en la almohada, quizá podríamos encontrarlas en alguna orilla de la noche o sus contornos (¡las sábanas!).

Alberto, las sonrisas inquietantes, enigmáticas, son las giocondinas. Por algo se ocuparía de ellas el Dr. Freud.