martes, 24 de agosto de 2010

Kubla Khan (fragmento)




En Xanadú se hizo construir

Kubla Khan un fastuoso palacio:

Allí donde el sagrado río Alfa discurría

a través de grutas inconmensurables para el hombre

hasta precipitarse en un mar sin sol.

Así pues, diez millas de terreno fértil

fueron cercadas de muros y torres:

y surgieron jardines en los que brillaban sinuosos arroyos

y donde crecían abundantes árboles del incienso;

y había bosques tan viejos como las colinas

rodeando los prados iluminados por el sol.

¡Mas, ved aquel romántico y profundo abismo abierto

en el costado de la verde colina, bajo la sombra de los cedros!

¡Qué lugar tan agreste! ¡El más sagrado y lleno de encantamientos

que jamás fue visitado bajo la luna menguante

por la mujer que clama por su demonio amante!

Y de este abismo, bullendo en incesante remolino,

como si la tierra respirara con ansioso jadeo,

brotó al instante un poderoso manantial;

y en medio de su repentino e intermitente impulso

enormes fragmentos de roca saltaban como el granizo

o como el trigo que se separa de la paja bajo los golpes del trillador;

y en medio del incesante resonar de las rocas que danzaban en el aire,

surgió a borbotones el sagrado río.

Trazando laberínticos meandros, a lo largo de cinco millas

discurría el sagrado río a través de bosques y valles,

hasta llegar a las cavernas inconmensurables para el hombre

y hundirse con estruendo en un océano sin vida:

y, en medio de este estruendo, oyó Kubla a lo lejos

las voces de sus antepasados que profetizaban la guerra.

La sombra del palacio deleitoso

se reflejaba en medio de las olas,

allí donde se oían los ritmos mezclados

del manantial y los abismos.

Era una maravilla de peculiar diseño

este palacio de deleites bañado por el sol sobre cavernas de hielo.

De una jovencilla que llevaba un dulcémele

tuve una vez una visión:

era una doncella abisinia,

y tocaba su dulcémele

mientras cantaba del monte Abora.

Si fuera capaz de revivir en mí

la música y la letra de su canción

me sentiría penetrado de tan profunda delicia,

que, con música aguda y prolongada,

sería capaz de construir en los aires el palacio,

¡ese palacio soleado! ¡esas grutas de hielo!

Y todos los que oyeran mi música los verían,

y gritarían todos: ¡Cuidado, cuidado!

¡Mirad sus ojos centelleantes, su cabello desmelenado!

Tejed tres veces en torno a él un círculo,

y cerrad los ojos con terror sagrado,

pues él se ha alimentado de ambrosía

y ha bebido la leche del Paraíso.



Samuel Taylor Coleridge

( A María Jiménez Aguilar )

3 comentarios:

Alberto Granados dijo...

Río y música (que es otro fluir). Muy sugerente mezcla.
Me resulta distante este poeta.
Alberto

María Jiménez Aguilar dijo...

Maravilloso, ¿verdad? Lleno de símbolos, de sensualidad, exotismo... Si se acompaña con los Himnos corales de Rig Veda compuestos por Holst (te envié uno de ellos el otro día) parece que pueda rozarse la perfección. Aquí va un enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=4bJUKNJpcY0

María Jiménez Aguilar dijo...

Por cierto, gracias por la dedicatoria, Miguel.