
El reloj de la vida no recupera el tiempo
de una tarde de lluvia.
La cortina de agua levemente rasgada por la monotonía
de un recuerdo infantil
que evocara Machado en una humilde escuela
segrega una mirada como un hilo de seda sobre el pasado efímero.
Era aquel temps de pluja que cantara Serrat,
su balada de otoño deshecha entre los surcos de la melancolía
con que hiere la aguja de zafiro su disco;
el brazo articulado que siembra en el vinilo recuerdos y caricias,
suaves roces de piel, dedos que se deslizan por blusas entreabiertas…
Y el crepitar monótono que dejó la canción tras las últimas notas
girando para siempre en la memoria joven y enamorada
de aquella lluvia fértil…
Dulce ebriedad del alma borrascosa y proustiana,
esta tarde de Brighton, al sur de mi ventana:
Lluvia tras los cristales, gin tonics y canciones.