viernes, 29 de octubre de 2010

Árboles de acera



Los árboles de acera no se cansan
de mirar nuestro paso con sus hojas despiertas.

Despreciamos su sombra
con una suficiencia de sabios resabiados
de aprender ignorancia.

Súbitamente un perro repara en su presencia
y marca territorio allí donde nosotros
habíamos ya perdido el último verano
sin raíz en la tierra.

Aunque no somos Newton y ellos no dan manzanas
los naranjos de Córdoba
saben mucho de leyes de gravedad sin normas
y regalan su fruto, su perfume y su sombra,
sin que a su paso el tiempo tampoco se detenga.



***

5 comentarios:

Alberto Granados dijo...

Ese paso del tiempo que no se detiene ni ante los naranjos de Córdoba... Ay, Miguel! Tempus fugit, tópico barroco y vital, y poético gracias a ti... siempre tan humanos (el tópico, el poeta...)

XuanRata dijo...

Si desaparecieran, que lo harán, seguiríamos caminando, pero no tendríamos donde agarrarnos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Campo de la Verdad o Cañero, qué nostalgia. Un saludo.

Miguel Cobo dijo...

Alberto, Xuan, Emilio: Los árboles forman parte no sólo de la Naturaleza, sino que arraigan en nuestra existencia con su entidad metafísica: Tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol. Me vienen a la memoria magníficos poemas arbóreos: "A un olmo seco", "El ciprés de Silos" o el no tan conocido -pero magnífico- de Gloria Fuertes, "En los bosques de Pensilvania".

Gracias por vuestros comentarios, amigos.

Anónimo dijo...

Miguel, si hay algo que me obliga a quedarme en la casa donde habito, es un hermoso árbol que creció justo en la mitad del jardín. Sus ramas, en días de viento, suelen golpear, discretas, la ventana de mi habitación, para recordarme que tengo que salir a vivir...

Bexos.