jueves, 12 de septiembre de 2019

Reseña del Diario del Funambulista por Francisco Gil Craviotto


Miguel Cobo Rosa es un poeta de Jaén (Torreperogil, 1949), afincado, desde hace cuarenta años, en Córdoba. Las primeras referencias de su existencia me llegaron a través del también escritor y amigo Alberto Granados Palacios. De boca de Alberto supe que ambos hicieron el servicio militar en la misma ciudad y en el mismo cuartel (el desaparecido regimiento de artillería de campaña 42 de Córdoba) y que fue en ese cuartel donde se forjó su amistad. En los ratos que los soldados tenían libres, mientras los otros hablaban de fútboles, toros o putas, ellos se entretenían comentando el último libro que había salido al mercado o el último que ellos acababan de leer. Una sabia manera de superar el traumatismo del cuartel y de la mili en la que, según el escritor Octave Mirbeau, el hombre termina siendo menos que un animal, menos que un árbol, menos que una piedra: tan sólo un número. Ahora, muchos años después, jubilados de sus actividades docentes, los dos son escritores con varias obras publicadas y, aunque uno vive en Granada y el otro en Córdoba, mantienen intacta la amistad a través del correo electrónico y el teléfono. De vez en cuando también intercambian viajes, sobre todo cuando alguno de los dos saca a luz un nuevo libro. 

        Ha sido así como me ha llegado el último poemario de Miguel Cobo. “Diario de un funambulista” es su título y está publicado en Córdoba, en la colección de poesía Año XIX de la editorial Detorres.
Con anterioridad Miguel Cobo ya había publicado estos tres libros:
 “Ríografía” (2008). Una biografía poética protagonizada por él y el río Guadalquivir.
“Manual de insomnios” (2015)
“Tautogramas/ pensamientos emergentes de una mente sumergida” (2018).

Este último libro de Miguel Cobo comprende cuarenta y dos poemas, todos de una extensión reducida –los más extensos se aproximan a la página-, y escritos con un lenguaje y estilo que los hace accesibles a toda persona de una cultura media aceptable. Desde el comienzo se destaca el gusto del autor por la metáfora y la alegoría, a veces tan alejadas de los tópicos que se aproximan a las greguerías de Gómez de la Serna:
En las cabezas de alfiler
hay pensamientos de hormigas prehistóricas.
También, junto a este gusto por los tropos, llama la atención la huella de los grandes poetas del pasado, especialmente Jorge Manrique, Luis de Góngora y Gustavo Adolfo Bécquer, del que Miguel Cobo nos ofrece una bella reconstrucción del poema del arpa olvidada en el ángulo oscuro del salón. En otro poema alude al tema de qué es poesía. Tema que ya trató Gustavo Adolfo Bécquer y resolvió a su manera, confundiendo belleza con poesía, que son cosas muy diferentes, como ya demostró muy bien Rafael Morales con su “Cántico doloroso al cubo de la basura”.
El paisaje urbano de Córdoba hace acto de presencia, con su río y su puente romano, en el primer poema. También hay alusiones al paisaje urbano de París, recordando otro de los numerosos puentes del Sena, y a uno de sus cantantes ayer muy de moda, Charles Trenet, hoy completamente olvidado. Tampoco faltan aquí, allá y acullá, alusiones a la naturaleza, flores, pájaros, amores, infancia, dolor y tristeza.

Hay en este libro un poema de tal enjundia y mensaje que se destaca de todos los demás. Con toda sinceridad, tengo que confesar que este poema es el que me ha llevado a hacer el comentario de la obra. Su título es muy breve, “Patria”, y su extensión también: sólo diecisiete versos. Ni siquiera llega a una página completa. Sin embargo, suficiente para situarnos al autor al margen de toda patriotería, de todo militarismo, pero sin renunciar a la evocación de la infancia y a un pasado lleno de emoción y recuerdos. Es precisamente, en la conjunción de esos dos temas tan distintos, –negación de todo patrioterismo y rememoración de la infancia-, donde está el mayor acierto del poema. Juzgue el lector a través de estos cuatro versos, métricamente resueltos en dos humildes pareados, con los termina el poema:
Mi patria era una plaza y un abuelo
y la banda de música del pueblo.
Mi patria verdadera fue ser niño
y en la infancia dejé mi patriotismo.

Al terminar la lectura de “Diario del funambulista” uno no sabe muy bien cómo calificar el libro. ¿Último destello del culteranismo gongorino? ¿Neo romántico?  ¿Súbito renacer del surrealismo? ¿Nueva sentimentalidad? ¿Híbrido de todos ellos? Acaso en esa postura al margen de grupos y tendencias, que impide encasillar autor y libro, esté su mayor mérito.


                              Francisco Gil Craviotto.

                                            Foto: Antonio Arenas

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https://albertogranados.wordpress.com/2012/05/21/francisco-gil-craviotto-academico/

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