Cuando subas al tren para el destierro
anhela que el destino sea irreal.
Quizá te espere Luna en la estación del Norte
y ella oculte su cara para hacerte sufrir.
Saluda a los viajeros que se crucen contigo
(puede que uno de ellos sea tu gran amor).
Deseo que la noche se parezca al viaje:
fría bajo las estrellas y cálida en el bar.
Deja el coñac que fluya de la copa al cigarro,
puede que el alma cambie de estado mineral.
Era un gas venenoso de mordedura incierta
y líquido elemento que te hiciera llorar.
Si es sólido al bajarte procura que sea negro
el carbón combustible de este lánguido blues.
Pero piensa: el más puro carbono que conoces
puede ser el diamante que fue su corazón.
Miguel Cobo
6 comentarios:
Kavafis en el Delta del Mississippi.
Emilio, Miguel a la orilla del Guadalquivir. (Eso sí, con el bagaje de cientos de blues).
Hermosa alegoría la del tren. El tren evoca un camino interior, un viaje personal, aunque transferible. Además, tiene -por lo menos para mí- un reclamo de nostalgia. Antaño solía requerir de sus servicios; hoy el coche, el medio de transporte rey, inspira otras emociones, a menudo ambivalentes.
Buen día, amigo.
Extraña y dura métrica (férrea como un tren en sus alejandrinos) para tu eterna huida ineal, de río, carretera o tren, que vienen a ser lo mimso.
Me gusta este romance extraño.
AG
PS: Para tus riogramas musicales, Down by the riverside.
Ahora que he vuelto, cada día despierto –de nuevo- en la misma habitación, que es verso de aquel otro blues, pero al contrario. Y he vuelto en tren –no en autobús-, un tren donde ya ni en el bar puede el coñac fluir hasta un cigarro ahora prohibido, donde el tedio de un par de malas películas muerde de manera cierta y donde el destino del desterrado fue, qué le vamos a hacer, tan real como la vida misma –o incluso más-. Al menos en la estación del Sur estaba esperando ese gran amor, y eso ya vale su peso en diamantes y razón nos da, también, de la esperanza. Un placer reencontrarme con tus versos.
Me gusta viajar en tren...
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