Con el bosque de ribera ha de tenerse la máxima precaución: en él es más fácil salirse que adentrarse. Por eso una opción es bordearlo y aprovechando su vocación de galería admirar cada obra, cada estilo y detectar por ejemplo la firme impronta del aliso, o esa cierta afectación que sufre el sauce, el gesto del álamo, un tanto tembloroso, la estampa del olmo, como ausente, y el numeroso ímpetu del fresno. Dentro del catálogo de montes, este bosque es un catálogo en sí mismo. Pero si llevados por el arrebato estético nos acercamos más allá de lo prudente podemos terminar asomando la nariz al otro lado y atravesar esa cuarta pared que oculta el taller que nunca duerme: allí el río discurre, imagina las múltiples formas de los árboles, y se escucha el rumor de los trazos sobre el agua. Admirado por la gracia del proceso uno puede incluso llegar a olvidarse de los árboles, lo cual sería tremendamente injusto pues en realidad es el bosque el que da sentido al río y al camino, que no son más que riberas suyas, pues todo es centro y orilla al mismo tiempo, pura contigüidad como el tiempo mismo.
Con mi gratitud y admiración hacia José Manuel, excelente fotógrafo y mago de la prosa poética que despliega en sus personalísimos pies de foto. Visitar su blog es un verdadero placer "riográfico"
Bajo la noche fría que carcome el invierno
el turbio río se oculta.
Las gélidas estrellas diluyen en el agua
la luz de la ciudad vencida de cansancio.
El soto agazapado esconde su silencio
en la oscura floresta.
Las palabras perdieron su vigencia
contra la brisa húmeda del tiempo.
La dentellada negra del misterio desgarra
las orillas desoladas.
Ya el alma no es ingrávida y se hunde
y habita en el exilio de los peces.